A pesar de que la polémica con el caso UBER parecía poner de relieve el concepto del consumo colaborativo o economía de intercambio, lo cierto es que ésta se lleva poniendo en práctica de manera creciente desde el inicio de la crisis en nuestro país. El problema estriba en que este modelo de consumo se está regularizando y asusta de veras a los más diversos sectores.
En la evolución de la economía de intercambio encontramos un puro instinto de supervivencia y necesidad, se trata de un modelo de consumo colaborativo que comienza con cuestiones muy básicas como por ejemplo el alquiler de habitaciones para ayudarse a costear el importe de las hipotecas, y va evolucionando hasta lo digital, cuando las empresas descubren que se trata de un modelo muy atractivo de poner en común a usuarios con necesidades e intereses comunes.
Debemos aclarar de entrada que, efectivamente, el consumo colaborativo una economía de intercambio tiene muchos puntos a favor; no sólo se trata de un modelo económico que puede realmente permitir el ahorro, sino que también contiene altas dosis de respuesta a un modelo económico estandarizado que nos ha abocado a la crisis, en el que, las relaciones comerciales no tienen ningún punto de control para el usuario, y donde el crédito era el juez y parte en las posibilidades del consumidor, pero esto no impide que tenga puntos oscuros que generan debate y miedo a partes iguales en los negocios estandar.
Lo que sí
Hoy en día podemos encontrar prácticamente de todo y a todos los niveles dentro de la llamada economía colaborativa. Desde propuestas personales a partir de las plataformas P2P en prácticamente todos los sectores, hasta el aumento de las ofertas en los llamados bancos de tiempo, o, los intercambios colaborativo es que no utilizan moneda para medir su valor, pasando por ofertas de intercambio o productos gratis en internet.
En general la economía de intercambio presenta beneficios claros en cuestiones como el ahorro, donde se supone que las partes que intervienen obtienen beneficios positivos que repercuten en el ahorro y una mejora en las condiciones de acceso a productos y servicios.
Se trata de un modelo social, algo que en plena era digital resulta muy agradecido desde el punto de vista de la comunicación humana, donde intervienen personas con necesidades comunes que se ven impelidas a interactuar entre sí.
Lo que no
No es en el concepto básico de economía de intercambio donde se fija el temor de los negocios estándar, sino en la interpretación se puede generar alrededor de este modelo de consumo.
Se trata del salto a lo digital de la economía colaborativo, a partir de aplicaciones y plataformas que facilitan sobre el papel la puesta en contacto entre intereses comunes, y por tanto, teóricamente apuestan por mejorar los canales de comunicación de quienes deciden optar por esta forma de consumo.
Sin embargo al calor de todo esto se está desarrollando una verdadera industria, por un lado una industria alrededor de la creación de aplicaciones y herramientas diseñadas al efecto, y por otro lado una polémica compleja sobre dónde se encuentra la frontera entre lo que es colaboración y lo que es competencia desleal basada en una supuesta colaboración.
Volvemos al tema recurrente de las aplicaciones para compartir coche y más concretamente a UBER, la multiplicación por sectores de la sensación que esta aplicación produce por ejemplo en el gremio de los taxistas es una realidad que vamos a ir incorporando en muy corto plazo al mundo de las aplicaciones, y en la que no está nada claro donde se encuentran las barreras que delimitan lo legal de la competencia desleal.
Sin duda un tema muy interesante al que hay que seguir la pista ya que no va a dejar de crecer y va a requerir sin duda una respuesta y el establecimiento de normas y escenarios claros para su uso en el caso de las aplicaciones.